viernes, 10 de mayo de 2013

Carta 3

El grito del tren

Escrito por Fernando Benavides.

Entonces, nos decidimos por seguir, después del abrazo aquel, eso fue lo que decidimos, no fue fácil, porque estábamos destruidos, estábamos acabados, eso fue lo que nos permitió construir de nuevo, porque si no nos hubiéramos destrozado, si hubiera quedado algo de lo anterior, hubiéramos caído de nuevo en las mismas batallas, en los mismos pleitos de goma de mascar, y los coyotes se hubieran mantenido, cada vez más cerca, mordisqueándonos los tobillos, a veces hay que derrumbar todo si se quiere construir de nuevo, evitando los errores aprendidos.

Pero lo hicimos, después del abrazo aquel, sin movernos, vimos que la vida toda era poca, en silencio dejamos que se cayeran los últimos techos y se encendieran por completo las casas, que los cementerios se llenaran asistiendo a nuestro entierro, que las habitaciones abandonadas se vinieran abajo y sacamos uno para el otro mantas blancas de tregua suplicada y paz imperiosa, no me mates, nos decíamos los dos, desde ese amanecer estamos bien, después de la guerra y haber caído en la guarda de la reconstrucción.

Nos haremos más viejos de lo que somos, cruzaremos la misma puerta para pasar nuestras noches juntos, tendremos una casa y la vida será nuestra, en nosotros la ciudad  se levantó de las cenizas, los muros ahora son fuertes, el tren llegó gritando el resarcimiento.
 Viajamos a Irlanda, comimos cordero en el centro de Londres, dejamos que la lluvia nos diera en la cara para   bien sentirla y hacerla cálida en el recuerdo.

Desde entonces sabemos que se puede continuar, que hay que morir para vivir, que somos una ciudad destructible, quizá por eso nos cuidamos, porque sabemos que los muros caen, que las edificaciones se desploman, que las calles pueden ser desérticas, por eso no  nos olvidamos, ni olvidamos que fuimos Berlín.

efby

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