jueves, 18 de abril de 2013

Carta 1

Berlin, la historia de la caida.
Escrita por Fernando Benavides


Éramos Berlín, después de la segunda guerra mundial o después de cualquier confrontación civil, cualquiera que haya tenido, que la haya destruido y acabado como tantas veces ha pasado, éramos todos los esfuerzos, todos juntos, los de evitar las peleas, la fuerza toda, la destrucción y la compasión, éramos los intentos de salvación que se quedaron  en el camino, varados en el muelle, acribillados  en las zanjas, éramos los sobrevivientes y los muertos, eso éramos nosotros dos.

Así se veía después de aquella noche en la que se vino abajo, en la que nos matamos.
Yo me habría de mantener en pie, pero sin fuerza alguna, andando a paso lento entre los escombros de lo que nos hicimos, entre bloques de concreto y cortinas caídas, caminando en la ciudad de ruinas que termino siendo lo que habíamos levantado a lo largo de los años, día a día.
¿En que habíamos convertido todo aquello construido? en una población desértica..... en lamentos de asombro, en ojos vacios, éramos Berlín.

3 días antes, cuando discutimos en la noche, se había anunciado el frío constante al otro lado de la ventana, entraría horas después. Entonces nos asesinamos en una discusión tranquila pero violentísima, la calma que mata con palabras una a una hasta formar la hecatombe aquella del que, por desgracia, ninguno de los dos sobrevivió, porque ninguno de los dos nos perdonamos, ni nos tuvimos compasión.

En los siguientes días no llegue a casa, me mantuve caminando en aquellos lugares que me daban techo para guardarme de las heridas, pero no salí, afuera helaba, decían. Después regrese, hablamos ella y yo por primera vez en todo ese tiempo, usando frases cuidadas, porque estábamos asustados de todo el daño que nos hicimos, horrorizados de no habernos tenido incluso lastima, poca siquiera.

Descansé en una habitación separada, dormí y desperté, ella también despertó, juntos en la mañana, con un abrazo de tregua, vimos por primera vez las consecuencias de lo que habíamos hecho, sentimos los escombros de nosotros, la paz que reina cuando la guerra termina, y los miserables capitulan, cuando todo esta derrumbado, aun se escuchan algunas piedras caer retrasadas, no hay edificio en pie, ni muros sostenidos, no hay vida, más que la poca guardada en el abrazo, pequeña, frágil, casi acabada.

Había silencio, no sabíamos qué hacer entonces, si decidir por un jardín memorial que recuerde lo que habíamos destruido, o reconstruir de nuevo casas y puentes, esperar de nuevo el grito del tren.
No sabíamos que hacer ante nuestros propios actos, éramos Berlín.